En el Centro Histórico de Saltillo, Coahuila, donde las calles Ramos Arizpe y Cuauhtémoc se cruzan, habita un pequeño guardián de cuatro patas; publica MILENIO.
No aparece en los catálogos ni en los anaqueles, pero su historia ha quedado impresa en los pasillos de la Librería del Fondo Carlos Monsiváis.
Se llama Puchi, y llegó un día de noviembre de 2024 como un susurro de abandono y, poco a poco, se convirtió en símbolo de ternura y, al igual que el escritor por quien lleva el nombre la librería, resistencia.
El inicio de una amistad y un nombre nacido del cariño
Su primera aparición fue tímida y desconfiada. Carmen González, bibliotecaria del recinto, recuerda que se escondía entre el jardín y el estacionamiento, con el cuerpo cubierto de garrapatas y la mirada herida por un pasado de maltrato.
Nadie podía tocarlo: temblaba, huía, se desdibujaba entre las sombras, pero la paciencia y el afecto obraron su lenta alquimia.
Un plato de comida, una palabra suave, un rincón seguro: así comenzó a trazarse la nueva vida del criollito que ahora todos conocen como Puchi.
El nombre no se lo dio la casualidad, sino el afecto. “Puchi, puchi, puchi”, murmuraban Carmen y sus compañeros cada vez que intentaban ganar su confianza.
Puchi, el lomito bibliotecario que sobrevivió al maltrato y ahora es guardián de libros
Y de ese llamado, mitad juego, mitad esperanza, nació la identidad que hoy luce en la placa de su collar, junto con un número telefónico que lo resguarda de extravíos.
Cicatrices invisibles
El veterinario reveló las huellas de su historia: maltrato y una enfermedad que quizá motivó a sus antiguos dueños a abandonarlo.
Pero en la Librería Monsiváis encontró lo contrario: cuidados, esterilización, baños que lo libraron de parásitos y, sobre todo, un cariño incondicional que se ha vuelto parte de su nueva rutina.
Puchi ya no se esconde. Recorre los pasillos donde los libros se apilan como montañas de papel y las palabras reposan como semillas.
Entre ediciones de historia y poesía, él despliega sus propios relatos: juega con un peluche de Piolín, arrastra un muñeco del Dr. Simi, o simplemente se tumba en silencio, como si custodiara el eco de las páginas.

Sus juguetes, dispersos entre estantes, son las pequeñas notas alegres que rompen la solemnidad de la librería.
Una familia colectiva
“Él duerme afuera, en su casita que yo le hice provisionalmente, pero ya estamos pensando en comprarle una térmica para el invierno”, cuenta Carmen.
No hay un único dueño: la familia de la librería lo cuida en colectivo.
Cada cierto tiempo, organizan colectas para comprar su alimento y mantenerlo como lo que ya es: parte esencial del lugar.
El legado de Monsiváis
La Librería del Fondo Carlos Monsiváis, inaugurada el 9 de noviembre de 2012, nació como un homenaje al gran cronista mexicano que retrató con agudeza la cultura popular y los vaivenes sociales del país.
Hoy, además de libros, ofrece un pequeño milagro cotidiano: la presencia de un perro que recuerda que las historias no solo se escriben en papel, también se tejen con actos de compasión.
Monsiváis, amante de los gatos y defensor de los olvidados, quizá habría sonreído al ver cómo un criollito abandonado se convirtió en emblema de un espacio que lleva su nombre.
La librería, pensada como refugio de pensamiento crítico, también se volvió un refugio literal para un ser vivo que no necesitaba más que un poco de calor humano.
El lector más silencioso
En cada visita, los lectores se topan con la figura discreta de Puchi.
Algunos lo acarician, otros lo observan como parte de la decoración más entrañable del sitio.

Entre libros de ensayo, novelas y crónicas, su historia se lee sin palabras, solo con la vibración de su cola y la quietud de sus ojos agradecidos.
Así, la Librería Monsiváis no solo preserva la memoria de un intelectual imprescindible de México, sino que también narra, en silencio y ladridos suaves, la epopeya de un lomito que venció al abandono.
Puchi ya no es un extraviado: es un lector silencioso, un guardián sin uniforme, un recordatorio vivo de que toda herida puede convertirse en relato de esperanza.
Imagen portada: MILENIO
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