Por Joaquín Hurtado
Parado en medio del patio, el gallo de tía Chone anuncia el Nobel de la Paz. La Academia lo ha concedido a Corina, una cabra imperialista, canalla e intrigosa.
Se arma el escándalo mundial. Las gallinas, patos y guajolotes riñen encarnizadamente por casi nada, azuzados por Corina, experta en crear polvaredas y motines. Hace rato robó los granos destinado a los plumíferos. En el corral de los rumiantes, de plano hay guerra civil.
No hay humor en el reino agropecuario para atender el importantísimo anuncio.
Al conocer la premiación, la familia se fue a las carcajadas, luego a la consternación. Qué pifia cometió el Gallo Madrugador, dijo el primo Tony. Pobre tonto, él no tiene la culpa. Pero nadie lo siguió en el tema, por el estruendo que se traen en el patio los volátiles y cuadrúpedos.
En la granja se esperaba que antes de pronunciarse, la Academia se lo pensara mejor. Los inquilinos del rancho pelean a diario por pajas, instigados por Corina, la chiva blanca con trastorno neurótico. Después del premio, anda de plano frenética.
En qué cabeza cabe –opina el abuelo Fino. Al gremio porcino se le ve nervioso. Las vacas no dan leche. En el palomar cunde el malestar, ya nada funciona bien. Las cosas cambiaron rápidamente, para mal.
¿Algún problema en el sector de los los perros? ¡Ladran como locos! Qué novedad. Con el Nobel de la Paz otorgado a una cabra explosiva, la Academia echó más leña a la lumbre.
Ayer llovió sobre los acantilados. El horizonte se nubló hasta desaparecer. El cielo se ve triste, desanimado.
¿Qué sucede? ¿Qué clase de malestar mental u orgánico padecemos? La granja de tía Chone parece manicomio de animales rijosos.
Todos lamentan el desplante de la Academia. El sindicato caballar la desprecia por pendeja.
Por la mañana, con la campiña aún húmeda por el rocío enternecedor, se oyó una plática entre labriegos:
“Ese premio trae cola. Ya no es tan absurdo el temor de que el Imperio nos invada”.
El sol mira y calla. Termina a duras penas la jornada.
Cosa rara, el sol empezó a bostezar a las cinco de la tarde. Antes de las nueve se va para su cama, fastidiado.
A las diez, ya duerme. El sol sueña que hay paz en el mundo. En el mismo sueño irrumpe un hombrecillo de color naranja, manipula armas largas. El sol campirano despierta, los discursos belicistas le inspiran zozobra.
La noche soñó tantas cosas, buenas y malas, que apenas canta el gallo, se despabila de mala gana. Tía Chone, de hermosa sonrisa y mirada serena, termina de barrer las últimas estrellas, sirve el café al viejo Fino. Lo envía a meter orden en los corrales. El ruido es insoportable, así estuvo toda la santa noche. Finito carga la pistola, apunta decidido a la cabra. Dispara.
¡Ahí tienes tu Nobel de la Paz, maldita!
Ésa ya no tiene remedio, se lamenta entre irónica y satisfecha la tía Chone, mientras lava los trastes. El sol asoma tímido la nariz tras los acantilados.



